Desde el silencio
Felicidad se escribe con fe - Con Raquel Paiz.

Hace tiempo, apenas un “ratito” (que se me antoja hoy como toda una vida), aprendí de un gran amigo y mentor que Felicidad se escribe con Fe.  Cuando se lo escuché decir por primera vez a Roberto, debió de dibujárseme una interrogación en la cabeza, que no en el corazón.  Mi mente no alcanzaba a entender lo que mi corazón, con intuición, llevaba gritando una eternidad.

 

Que “Felicidad se escribe con Fe”, para alguien como yo, incrédula por definición, estas son algo más que palabras. Son, si me lo permiten, uno de esos dardos que cogen desprevenida a la mismísima razón. Uno de esos atisbos de luz que comienza a “alumbrar” vida… y confianza.

Llevaba una eternidad huyendo, culpando, culpándome y autoconmiserándome en mi “dolor”. Y en el diario trasnochado de un pasado que, día a día, construía y daba sentido a mi existencia. Un presente sin más futuro que un denostado pasado.

A mí, la persona a la que, tal y como me contaba, la vida había castigado con durísimos golpes y traumáticos duelos, me zarandeaban diciéndome que “Felicidad se escribe con Fe”.

Fe en qué, me repetía incesantemente.

En qué dogma. En qué religión.

En qué creencia podría encontrar alguien como yo, esa suerte de Felicidad que mi amigo decía escribir con Fe.

Hoy sé que solo la vida es esperanza. Y es el camino. Que, de mí, la vida solo espera que la viva más y la piense menos. El primer paso: rendirme para aceptar que la vida es como es y no como yo quiero o he querido que fuese. Rendirme ante la rotunda evidencia de que la vida es como es, conmigo o sin mí.

Tuve que retirarme y dejar de luchar contra mí y mi bulliciosa “azotea”, para aceptar que la factoría de pensamientos que produzco en mi cabeza son dignos de Netflix o de HBO. Día a día… instante a instante tengo que recordarme volver a mí, desconectar el piloto automático y recordar que, por ciertos que parezcan, los pensamientos -tampoco los míos- no son hechos. Recordarme, si me lo permiten, que, si dejo de jugar a “ser Dios”, la vida fluirá como tenga que fluir.

Necesito deconstruirme, abandonar todas esas capas y todas esas máscaras de los infinitos personajes que saco a escena para encontrarme viviendo. Viviendo a secas. Para experimentarme, con mirada de aprendiz, libre de juicios y de la losa de las heredadas y lapidarias sentencias que cargo sobre mi espalda, para permitirme ser YO (en mayúsculas). Sin más atrezo que un corazón abierto de par en par.

¿Saben?

Hace tiempo, decidí dejar de luchar, de nadar contracorriente y de librar las interminables historias y batallas que habitualmente perdía y que, por cierto, solo solían -y suelen- suceder entre mis oídos. Recordarme que no son gigantes. Que solo son molinos. Quitarme importancia y tomarme menos en serio me ayuda a ampliar ese espacio de libertad e infinitas oportunidades que se produce entre un estímulo y una respuesta.

He dejado de luchar contra las cosas que no puedo cambiar. Aunque escuezan. Aunque me den pereza. O desaten mi avidez por volver a huir, por volver a culpar o andar de regreso a esa (in)confortable resignación que, en mi caso, llamo “victimismo”.

Acepté que la vida es acción. Que no resignación. Es valentía. Y es serenidad. Es responsabilidad y coraje para vivir y para sentir, aunque duela. O (son)ría.  La vida es un gesto para sembrar y nutrir las semillas de paz, de presencia y de atención plena. Es consciencia.  Disponibilidad y curiosidad para dejarse atravesar por cada experiencia.

Experiencia a experiencia se construye esa Felicidad que Roberto me enseñó a escribir con Fe.

¿Fe en qué?

En la Vida.

Raquel Paiz

Desde el silencio

Raquel Paiz

Periodista. Comunicadora. Autora le libro "Conversaciones en la azotea" en la colección Ites de Olé Libros en 2022.

Deja un comentario

Abrir el chat
¿Te podemos ayudar?
Con Plena Conciencia
Hola ¿En qué podemos ayudarte?