Desde el silencio
A veces (me) duelo - Con Raquel Paiz

A veces, (me) duelo

Cuánto duele el dolor a veces. Cuánto pesa la culpa. Y cuán necesario es dolerse y afrontar todo eso que es inherente a la vida misma, con una mirada compasiva, amable, libre de juicios y sin remordimientos. Qué necesario dejarse mudar la piel sin rasgarse las vestiduras…

 

Llevo unos días doliéndome (¿y quién no?).

Doliéndome (como un acto sagrado e íntimo). Doliéndome sin huir. Sin evadirme. Mirando el dolor a la cara, con respeto, pero sin miedo. Sin postrarme de rodillas. Y aunque parezca paradójico, sin rendirme en una lucha que he decido no librar. Y es que he decidido no pelear(me) con el dolor y dejarle que hable y que diga lo que tenga que decir.

Lo acepto. A veces, necesito dolerme y transitar mis duelos. Y pregunto, si acaso, por qué nadie me enseñó a dolerme. Porque ¿saben? Aunque no seamos conscientes, en la vida, nos dolemos casi todo el tiempo. Nos dejamos sentir en ese dolor que, como escribía en el post “Responsabilidad (a secas)”, es inherente a la vida. Y la vida, créanme, en un juego de malabares. Y un equilibrio continuo entre pérdidas y ganancias. Grandes y pequeñas.

La vida, como escuché decir a Carmen Verdejo, una de mis grandes maestras en la práctica de Mindfulness y meditación, es como un río que fluye entre dos orillas: la del placer y la del dolor. Y como quiera que sea, el solo hecho de fluir en el caudal de esta vida que pasa, impide poder aferrarse a ninguna de las orillas. Luchar con uñas y dientes para “agarrarse” a cualquiera de los dos extremos quema tanto y causa tanto sufrimiento como cuando queremos apresar el fuego o acariciar el hielo.

¿Saben? A veces, quien suscribe estas líneas siente miedo al mirar cara a cara a su dolor. Porque, como al común de los mortales, cosas de la “ignorancia”, me cuesta distinguir el dolor del sufrimiento. La culpa de la responsabilidad. La aceptación de la resignación. Lo permanente de lo impermanente…

Me cuesta cerrar los ojos y verme. Y adentrarme en lo más recóndito de mi alma. Y soltarme de todo eso a lo que me afano en aferrarme en cualquiera de las orillas que discurren por el río de la vida.

Siento un escalofrío cuando, una y otra vez, me sorprende el miedo. Y me cuesta aceptar que, a veces, en alguna de sus vertientes, la vida duele. Crecer duele. Duele, incluso, en lo vivido. Y en lo no vivido aún. A veces, el caudal es tan fiero, que me arrastra. Otras, tan manso, que me aburre.

Soltarse, dolerse y “dejar pasar” cuando toca es un gesto valiente. Como lo es mirarse -y verse- en las aguas quietas y cristalinas de ese río que es la vida y que, conmigo o sin mí, es siempre un espectáculo. Valiente es asumir con responsabilidad las riendas de mis propios días. Aceptando lo que es. Lo que soy. Lo que somos. Y aceptar(me) no es resignar(me). Aceptar es un clamor para que deje caer los velos desde el único lugar posible: desde el silencio de la conciencia. Y, desde ahí, despojarme de los rasgos de carácter que, incrédulamente, he creído forjadores de mi identidad. O de eso, que también llamamos ego.

Valiente es dejar que te atraviese el dolor, sin más miedo ni más expectativa. Y encontrar, cuando se busca… Por incómodo que sea el hallazgo. Porque el dolor, como la dicha o la alegría o el propio miedo… cumplen su función: recordarnos parar para sanar. No aferrarme al dolor ni convertirlo en seña de identidad ni en sufrimiento es un ejercicio de responsabilidad y de libertad.

Porque, como les decía, responsable es también distinguir lo que es de lo que no es. Y darse un baño de vida. Y (re)construirse para dejarse fluir por ese caudal de vida que, con atención plena, mirada de aprendiz y presencia, te sorprende. Y te mece. Con el corazón, como unh océano. La mente, como el cielo. Y la respiración, siempre, como un ancla.

La vida -con sus surcos de dolor y alegría- es un espectáculo que, humilde y honestamente, no quiero dar por sabida y, ni mucho menos, “por supuesta”. Por mucho que se parezcan los guiones de cada día, cada instante es nuevo. Y una oportunidad para volver a empezar.

Raquel Paiz

Desde el silencio

Raquel Paiz

Periodista. Comunicadora. Autora le libro "Conversaciones en la azotea" en la colección Ites de Olé Libros en 2022.

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